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LA MORAL NO ESTÁ DE MODA La moral no está de moda. Es una cosa anticuada, rancia, obsoleta y “démodée”. Una antigualla. Opinar que alguien tiene principios morales equivale a decir que es “un capillitas” como dicen los sevillanos, un tío de horasantas, un devoto, un beato, vaya. Pero la conciencia ética sólo roza tangencialmente el sexo o el robo. Cuando, siendo niño, iba a cazar con mis tíos asumiendo el papel subordinado e imprescindible de alegre morralero triscador, golopante y husmeador, igual que un gozquecillo, uno de ellos decía algo así como “qué os parece ¿lo dejamos ya por hoy?” y todos asentían con rara unanimidad. Si no hubiese sido así, alguien habría tenido que suplirme llevando las piezas cobradas, aunque no eran muchas: una para cada uno; a veces dos y muchas veces algo menos. Pero eso se solucionaba regalándole la propia al que peor suerte había tenido, esperaba un invitado, o miraba el resultado con mayor decepción. El resto se echaba en bromear, reír y comentar, en torno a una fogata que nunca quemaba los bosques, los lances de la jornada mientras se comían unos chorizos a la brasa, un poco de adobo de cerdo taz vez, unas aceitunas y unos gajos de cebollas dulces con sal, con espaciados y burbujeantes tragos de la bota. Era el juego por el juego disputándoles el almuerzo a los zorros. Otra cosa distinta iban a ser los ametrallamientos con armas automáticas, el prurito de cobrar decenas de piezas al paso, mientras un escopetero recargaba las armas humeantes y al rojo, en un bárbaro ejercicio de exterminio. Es un ejemplo sencillo de lo que nos ha llevado al punto en que hoy estamos. Hoy queremos afirmarnos matando, destruyendo, aniquilando. Qué rara especie la nuestra y qué enemiga de sí misma. Pero nadie se atreva a decir que ese comportamiento va más allá de lo que al hombre le está permitido y que rebasa las atribuciones que le da la Naturaleza. Ninguno pretenda decir que esas actuaciones contravienen la moral. Nadie parece relacionar estos hechos con la extinción de las especies, sobre la que estos días se han dado cifras alarmantes. Y no lo hacen por el optimismo reflexivo que llevó a James Lovelock --¿recuerdan “Gaia”?-- a confiar en la capacidad de la Tierra para autorregularse como un organismo biológico autónomo. No lo hacen porque ni siquiera se lo han planteado. El zoólogo Edward O.Wilson supone que en este siglo desarrollaremos “una ética que nos permita disminuir gradualmente la población”, pero da la impresión de que salvo China, la India e Hispanoamérica no tienen entre sus primeros objetivos la reducción de la natalidad. Así es que nuestra perspectiva actual nos aboca al hambre e incluso la sed, dejando aparte las consecuencias indirectas de esas carencias. Pese a ello Alan Weisman asegura que “la vida triunfa siempre al final”. Lo que cabe preguntarse es qué clase de vida. La extinción de los dinosaurios no acabó con otras formas de vida y el autodenominado “homo sapiens” puede no estar en los planes de futuro, ya que es el primer enemigo de la Vida. Digo esto porque el mismo Weisman, al final de su ensayo “El mundo sin nosotros” que está siendo un best-seller en el mundo anglosajón, concluye preguntándose “si la vida del ser humano va a ser parte de ese triunfo o vamos a acabar sucumbiendo en esa gran extinción que está siendo provocada por nosotros”. Darío Vidal 15/09/2007 |
La moral no está de moda (15/09/2007 18:33)